Viejas y nuevas polas: Cancienes (Corvera)
Artículo puesto en línea el 9 de septiembre de 2011
última modificación el 2 de febrero de 2020

por La Foz del Pielgu

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Retener la aldea perdida

El pintor José Luis Álvarez, «Cuinchi», rescata su apego por el pasado rural de la Cancienes en tránsito hacia la población industriosa de hoy

Foto: Una etiqueta de La Lechera de Cancienes. reproducción de mara villamuza
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Cancienes (Corvera), Marcos PALICIO

José Luis Álvarez, de 7 años, se bajó del 850 amarillo en lo que hoy es el parque de La Güelgona de Cancienes y no le cupo ninguna duda cuando lo primero que vio fueron unos niños que cruzaban el arroyo Moriana con una liana atada a una castañal: «Esti ye el mi pueblu». La estampa rústica era chocante y agradable al mismo tiempo para un niño a quien sus padres acababan de traer de Trasona y venía «de vivir enfrente de la acería» y de acostumbrarse al ruido de las explosiones en la «Ensidesona». Aquel día pensó «soy de aquí» y no se desmiente ahora que han caído las décadas por este lugar que no es el mismo. Éste sigue siendo su pueblo, aunque ya no sea aquel que estaba a salvo de la industria, aunque ahora tenga también sus propias factorías pegadas al casco urbano.

José Luis Álvarez López, «Cuinchi», pintor, ilustrador y diseñador gráfico corverano, ha expuesto en el centro cultural de Cancienes obras en las que no aparece el rastro del reverso fabril de esta nueva villa urbana y residencial. Para el retrato de su pueblo y su concejo es más agradable. El dibujante prefiere retratar su pueblo y su concejo a través de todo lo que dejó aquí el pasado. Casi mejor pintarlo usando la nostalgia de aquel lugar cuya transformación puede delinear utilizando solamente los apuntes que dicta la memoria. No es casual que la exposición se llame «Lo que veo», ni que el subtítulo proponga «un recorríu emocional pel patrimoniu históricu, artísticu y popular de Corvera». La muestra incluye las ilustraciones que Cuinchi firmó en el libro de la historia del concejo que escribió Jesús González Calle y tiene reproducciones de iglesias, fuentes, edificios, paisajes... De todo eso que ya estaba aquí cuando aquel proyecto de pintor se apeó del Seat 850 en Cancienes un día de mudanza de comienzos de los años setenta. Justo cuando todo empezaba a transformarse en la villa.

Cuinchi llegó a Cancienes cuando en lugar de los bloques amarillos del «poblado» todavía había una gran pomarada y «Casa Ferriana», una casería, ocupaba el terreno donde se yergue hoy un largo edificio de viviendas marrón a la salida en dirección a Avilés. En cualquier paseo hay material para descubrir los entresijos de la reforma que el tiempo y la industria, la geografía y la facilidad de las comunicaciones han operado en este pueblo, que se sigue reconociendo como «un sitio tranquilo» y tiene a la vista el origen agrario, pero donde ya poco es exactamente lo que fue. El centro, recuerda Cuinchi, aún no se había desplazado del todo hacia el entorno de la carretera AS-17. La villa, que hoy supera los 1.200 habitantes, «tendría todavía quinientos» y junto al cauce del río Alvares ni había polígono industrial ni funcionaban las naves de Hiasa. El lugar que ahora ocupa la factoría era entonces un terreno pantanoso y Álvarez se recuerda de niño «remando entre los juncos» dentro de los «bidones de gasoil que los obreros partían a la mitad» cuando estaban en construcción los talleres de la empresa que dio la salida al futuro industrial de Cancienes.

La Lechera ya era La Lechera, pero el edificio de la primera fábrica del pueblo, tan unida a su pasado agrario, todavía no aparentaba la ruina que hoy lastima en el centro de la travesía urbana de la villa. Ella está aquí, prosigue Cuinchi, un poco para testificar cómo empezó todo en Cancienes. El pintor corverano señala hacia la vía férrea que enhebra la población y explica que lo que hoy es este pueblo nació al ritmo del tren, «cuando hicieron la vía a finales del siglo XIX. La línea era Villabona-Avilés, Cancienes estaba más o menos en mitad de la ruta y los obreros comenzaron a establecerse aquí». Con ellos vinieron los bares, los llagares, el bullicio de la vida fabril y La Lechera, que se constituyó en esta finca junto al cauce del río Alvares precisamente por la facilidad de comunicación que permitía la vecindad del ferrocarril para dar salida al producto. «Llegó a ser tan potente», enlaza Cuinchi, que se fabricó aquí parte de la leche condensada que quitó el hambre en Madrid mientras la capital estuvo sitiada en la Guerra Civil. «Me acuerdo de ir al monte a Teverga y al decir que era de Cancienes alguna persona mayor recordó que hasta allí iban a recoger la leche cuando funcionaba la fábrica».

Todo el cimiento industrial de la población que se acumuló en la villa hizo fraguar un sustrato social muy particular en el que «la gente llamaba "la barriada "» a esto que ahora es el centro y la travesía urbana y, sí, «había cierto recelo» respecto a todos los muchos que como Cuinchi y su familia habían desembocado aquí en aluvión al calor que daban las fábricas. Expropiados en su caso, explica el ilustrador, por las obras de la autopista «Y» en Trasona. Pero la desconfianza duró poco y ahí, en ese punto de la reconversión en el que hacía falta un lugar de encuentro y cohesión social, aparecieron entre otros la biblioteca de las Hermanas Bobes, «una de las primeras que hubo en la comarca», y don Jesús, «un maestro de la escuela, muy culto y muy interesado por la cultura, entrañable, que en los años de la transición alentaba la discusión y las tertulias y contribuyó a que fuese normal que aquellos guajes "asalvajados" viniéramos del monte o de jugar en la arena y fuésemos directos a la biblioteca».

Componente de la asociación La Foz del Pielgu, José Luis Álvarez, que es simplemente «Cuinchi» desde la infancia -«no tengo pinta de José Luis»-, utiliza a veces a su modo el dibujo y la ilustración como misión al rescate de la riqueza arqueológica, natural y etnográfica de Corvera y Cancienes. La desconocida, apostilla, toda vez que se ve «poco aprovechada» cuando miran él y sus compañeros del colectivo para la defensa del patrimonio «sin explotar» de un concejo donde no hace falta rascar demasiado para toparse con restos de castros, piedra labrada y túmulos o necrópolis prehistóricas. Para entenderlo bien, eso sí, «hay que ver Cancienes como parroquia», precisa, salir del centro urbano, distinguir las casas amarillas del «poblado» del resto rural del territorio y a veces lamentar también que Nubledo, la pequeña capital de este gran concejo urbano y administrativamente encuadrada en la parroquia de Cancienes, «haya perdido mucha vida. El valle era de lo mejor de Asturias, orientado al Sur y con el monte que lo separa de la costa, pero al llegar Du Pont se coartó mucho el crecimiento».


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Viejas y nuevas polas: Cancienes (Corvera)

Todas las vidas de la Corvera obrera

Cancienes combina su pasado agrario y su progreso demográfico de raíz industrial con el viraje hacia el uso residencial en conexión física con el reducto rural de Nubledo, la pequeña capital del concejo

Foto: de espaldas a la ciudad. Vacas en una explotación ganadera próxima a Cancienes, con el casco urbano de la villa detrás. / mara villamuza

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MARCOS PALICIO NUBLEDO El texto escueto de una pintada ha captado sin pretenderlo la esencia, el origen y la razón de ser de la villa que tiene alrededor: «Cancienes obrera». La proclama, escrita con spray rojo sobre el blanco de la fachada de la Lechera de Cancienes, reivindica con cierta fidelidad la sustancia de la población que la rodea, aunque suene a paradoja leída precisamente aquí, sobre el muro frontal de un local industrial sin uso, acaso el único vacío de la localidad corverana, con la maleza germinando entre las tejas y junto al rótulo histórico una fecha como símbolo de resistencia: 1907. Por fortuna para esta villa, la ruina de la Lechera es aquí sólo una dolorosa excepción. En su tramo recto de carretera muy urbana, Cancienes expone pronto el secreto de su fórmula peculiar de combinación de paisajes. Su trazado actual de ciudad en miniatura está enmarcado por el verde agrario de antes de la industria, pero también asoma de inmediato una sucesión bien visible de grandes instalaciones fabriles y las naves de un enorme polígono industrial literalmente adheridas al casco urbano. Con sus bloques de edificios extendidos en torno a la carretera AS-17 -la vieja de Avilés al puerto de Tarna-, a ocho kilómetros escasos de la Villa del Adelantado y a menos de dos de Nubledo, la pequeña capital rural de Corvera, Cancienes fue un pueblo y se ve. El tiempo le ha dado pretensiones de pequeña ciudad y eso también está a la vista. Igual que su más reciente orientación residencial, todo es perceptible en este caserío hecho con grupos de viviendas cuya arquitectura delata claramente el origen e inspiración obrera de su población y se completa con el añadido reciente de alguna urbanización arrabalera. La vieja Corvera obrera, mucho más joven que la rural, se va reconvirtiendo en residencial y así se hace más grande: 1.204 habitantes según el último censo de 2010, en ascenso con leves altibajos desde los 1.100 del arranque del siglo.

Todo ha sucedido al calor del poderoso influjo de las fábricas, de las que nacieron y crecieron aquí a partir de los años setenta -Hiasa tiene más de trescientos trabajadores- y de las muy grandes que vinieron a instalarse muy cerca -Du Pont casi se ve, a cuatro kilómetros; Arcelor está a unos siete-. Con su ayuda, Cancienes pudo aprovechar la geografía, la comunicación fácil y la oferta de suelo habitable asequible y próximo a la industria. Lo mezcló todo con el atractivo de su relativa paz urbana encajada en el campo y avanzó. Progresó «poco a poco», sin llegar a encaramarse de golpe a los más de 7.000 habitantes de Las Vegas, el núcleo más visible de Corvera, pero sí ha medrado a su ritmo. Hasta hoy. Detrás de la barra del restaurante Ferrerín, en la misma travesía de Cancienes, Jesús Luis Villa todavía recibe «cada dos por tres a clientes que me preguntan por pisos para comprar». «Aquí la vivienda es más barata que en el entorno inmediato», resume Carlos González, secretario de la Asociación de Vecinos «El Carbayu», mientras María López Barrio, veinte años propietaria de un quiosco en la villa y componente del grupo de teatro «El Milagru», enfoca la mirada hacia la esencia de la nueva «ciudad dormitorio»: la urbanización de El Cabañón, sus casas bajas y sus adosados enfocando el valle de Tamón desde una ladera levemente apartada del núcleo urbano, con un frondoso eucaliptal a la espalda. Un cartel pegado a una fachada anuncia la venta del «último chalet individual» y confirma que aquí «todo lo construido se vende», enlaza González. «No hay stock» y «si se construyese más, más gente vendría», remata Jesús Villa. Cada vez se ven por aquí más familias con niños que huyen de la aglomeración urbana hacia esta oferta de tranquilidad a buen precio que no obliga a alejarse demasiado de los centros de trabajo. La impresión de regeneración demográfica que da un paseo por Cancienes tiene su confirmación en las cifras del rejuvenecimiento que ha experimentado esta población y por extensión la de todo el municipio. Situados en el centro geográfico, más o menos, de la Asturias envejecida, los habitantes de Corvera tienen la media de edad en torno a los 43 años y además de reubicarse como el noveno concejo más habitado de la región cuenta ahora con uno de los censos menos ancianos: más del veinte por ciento de los residentes tenían menos de 24 años en 2009, según los datos de Sadei, y sólo el dieciocho era mayor de 65.

Las caras del dato son esos niños que dan vueltas en bicicleta al parque de las Hermanas Bobes y los otros que entretienen la sobremesa en los columpios de La Güelgona. Son la nueva geografía humana de la evolución que ha sufrido esta «villina» en reconversión. Todo lo que ha sido, la Cancienes rural, la obrera y la residencial, comparte espacio en su entramado de paisajes superpuestos. Para que se vea, Belén Maraña, presidenta de la Asociación Musical Cancienes, señala las casas de «El poblado», que oficialmente se llama «Grupo Antonio González de Carreño y Valdés», antes fue «Grupo José Antonio» y ocupa el centro más urbano de la villa en sustitución de lo que en tiempos fue una extensa pomarada. Es una acumulación de edificios de cuatro plantas dispuestos en hileras de seis, todos iguales, que tienen en sus fachadas amarillas la fisonomía inconfundible de la funcionalidad arquitectónica del último franquismo. A su alrededor se ha acomodado una nueva ciudad pequeña que vende pisos de tres habitaciones a 60.000 euros, destaca María López, y que corre cierto riesgo de generalizar las costumbres de la «ciudad dormitorio». Habla de las de algunos que han escogido vivir aquí, en esta zona en la que el suelo habitable está a veces con respecto a su entorno «a mitad de precio y además en el medio de todo, a veinte minutos de Oviedo y Gijón y a diez de Avilés», pero que por eso mismo se presta a «venir solamente a dormir». Eso pasa únicamente de vez en cuando, dicen aquí, en los barrios residenciales de edificación reciente. En general, apunta Jesús Villa, Cancienes todavía funciona a su modo como pequeña cabecera comarcal: «La gente de los pueblos de alrededor, de Solís, de Taújo o del Campo de la Vega, se sigue moviendo mucho por aquí, dando mucha vida a la villa».

Tal vez menos ahora que hace algunos años. El termómetro de la crisis marca «la mitad de los menús» que hace un tiempo en el restaurante Ferrerín, parada habitual de obreros de la industria próxima. A Jesús Villa le queda lejos el récord de las 107 comidas en un día y hasta las ochenta habituales de hace algunos años. Hoy apenas pasa de treinta, calcula, por mucho que en el metal que alimenta en Cancienes haya altos y bajos y en Hierros y Aplanaciones (Hiasa), la primera y la más poderosa industria de la villa, vengan de un agosto «saturado», apunta María López por experiencia familiar. «Este polígono da mucha vida. Yo el futuro no lo veo mal», concluye ella desde la atalaya que da su negocio en el barrio de San José. «Lo principal es que haya ambiente de trabajo», sentencia Domingo Morcillo, presidente de la Asociación de Vecinos, y que el modelo de crecimiento no atente contra las esencias del espíritu de la villa. «Ojo, a ver cómo van a construir», advierte Belén Maraña. «Aquí esas torres de Las Vegas no pegarían. Ésta debe seguir siendo una zona urbana que respeta su entorno rural». En este propósito se enmarca la intención del Ayuntamiento de Corvera de recuperar la propiedad de la Lechera para un uso público que transforme a la vieja factoría en emblema del vuelco de la villa y «símbolo de la Corvera rural» y las pretensiones de extensión de la población. Con el nuevo plan urbano en discusión y Cancienes enfocando su expansión hacia la estación de ferrocarril y Solís, el alcalde de Corvera, el socialista José Luis Vega, se queda con el anuncio de «un crecimiento no desmesurado, sino que se pueda abordar».

Cancienes, esta aglomeración humana prototípica de la explosión industrial de la segunda mitad del siglo pasado, ya no es el núcleo más habitado de Corvera. Fue muy efímera capital en el siglo XVI, pero sí mantiene la cabecera de la parroquia a la que pertenece aquélla, Nubledo, otra extravagancia por su condición de capital agraria de un municipio industrial y urbano que tiene hasta once núcleos de población más habitados que Nubledo. Los dos juntos, físicamente conectados por el polígono industrial de más de 185.000 metros cuadrados que comparten, definen el atractivo de la «ruralidad urbana», o tal vez la «urbanidad rural» de este sitio en el que un corral con gallinas y un hórreo siguen casi literalmente pegados a una nave industrial en Nubledo.

En la oferta de servicios falta al menos la atención pediátrica al decir de una parte del vecindario de Cancienes, persuadido de que con el nivel de población que ha alcanzado la villa «tenemos todo el derecho». La opinión de María López, comerciante de la localidad, encuentra eco en este lugar con la población infantil en ascenso en un concejo complejo con muchos núcleos de población grandes y emergentes. «Es cierto que no conviene duplicar los servicios», afirma Belén Maraña, «pero a veces hay que buscar el equilibrio y no tenemos por qué desplazarnos siempre nosotros».

La travesía de la AS-17 está limitada en Nubledo a 50 kilómetros por hora, «pero nadie pasa por aquí a esa velocidad», protesta Jesús Chao, alertando sobre el peligro del tráfico intenso de este tramo de carretera. El empresario lo regularía en la capital como en Cancienes, con semáforos con pulsador y pasos de peatones, y el Ayuntamiento ya ha solicitado la regulación semafórica a la Dirección General de Carreteras.

El edificio en ruinas de la que fue una de las primeras industrias de la villa duele en el centro de Cancienes. El vecindario urge la búsqueda de un uso público que haga reaccionar a la vieja factoría, que está pendiente de la negociación del Ayuntamiento con la propiedad del inmueble. El proyecto está aún por definir a la espera del resultado de esos contactos y el alcalde, José Luis Vega, plantea «no un museo ni un centro de interpretación, pero sí algo ligado a la historia del concejo. Se trata de recuperar la Lechera como símbolo de la Corvera rural», afirma.

La villa industrial reconvertida en población residencial quiere prestar mucha atención al modelo de crecimiento. A la expectativa de lo que decida el plan urbano, cuya aprobación inicial se espera para este otoño, las zonas de expansión se sitúan en el entorno de la estación de ferrocarril y la vieja Lechera de Cancienes.

El perfeccionamiento previsto por el Ayuntamiento incluye un nuevo parque infantil en la urbanización de El Cabañón o el incremento demandado de los horarios de la biblioteca y la mejora de los ordenadores.


http://www.lne.es/siglo-xxi/2011/09/04/minuscula-capital-campesina-encajonada-territorio-urbano-e-industrial/1124819.html

Una minúscula capital campesina encajonada en territorio urbano e industrial

Foto: el capital social. Arriba, Judit Jiménez corre por la acera de la AS-17 a su paso por Nubledo. En el centro, de izquierda a derecha, Belén Maraña, Carlos González, Domingo Morcillo y Jesús Luis Villa, en el parque Hermanas Bobes de Cancienes, con los edificios del «poblado» detrás. Sobre estas líneas, a la izquierda, los niños Carmen Menéndez, Álex Rodríguez y Claudia Gómez, con Francisco Romero. A la derecha, Víctor Casas pasea con su nieto Víctor Hugo Martínez por los patios del «poblado». / mara villamuza

A la entrada de la pequeña aldea, en unos azulejos pegados al cierre de piedra de una casa con panera se lee «Nubledo, capital de Corvera». Será para que quede constancia escrita de que este concejo que se ha hecho tan mayor y tan urbano mantiene su cabecera en este pueblo muy diferente de las nuevas áreas de expansión del municipio. En el kilómetro seis de la AS-17, elevado sobre la vega que ocupa el polígono industrial y en un terreno más empinado que la llanura suavemente ondulada de Cancienes, Nubledo resiste a duras penas con 158 de los más de 16.000 habitantes de Corvera y veinte menos de los que comenzaron el siglo aquí. La limitación geográfica y la vecindad inmediata de las grandes aglomeraciones urbanas del concejo -Las Vegas, Los Campos, Entrevías, Cancienes- no ayudan a cambiar la fisonomía de este pueblo de casas unifamiliares con parcela que se expande alrededor de la carretera, elevado sobre la vega que ocupa «la cola» del polígono industrial de Cancienes y mirando desde lejos la gran superficie fabril de Du Pont. Las expropiaciones de la química coartaron asimismo la expansión de una pequeña villa sin bar, con el archivo municipal ocupando el edificio del viejo Ayuntamiento y el nuevo aislado a la salida del pueblo en dirección a Avilés. En el paisaje del Nubledo de hoy sobresalen una chapistería, un desguace y un negocio mixto que combina los materiales de construcción con un hostal de veinte habitaciones y treinta plazas de alojamiento asequible, «mirando más para los obreros que para el turismo». El discurso de Jesús Chao, su propietario, marca distancias respecto a las realidades de los núcleos más poblados del municipio y se queda con el retrato habitual en otras zonas rurales que no son capitales de municipios urbanos: «La gente joven se marcha a Cancienes, y Nubledo se ha ido despoblando. Los bares y las tiendas fueron cerrando y queda sobre todo gente mayor. No es que esta ladera sea el mejor sitio para edificar, pero tampoco hubo nunca una apuesta decidida por hacer una promoción de viviendas en la capital del concejo».

La capitalidad es lo que permanece de aquel pasado relativamente bien surtido en el que Nubledo tenía, recuerda Chao, «la mejor ferretería y bar-tienda de la zona, Casa Urbano». Hoy quedan unas cuantas salpicaduras de la industria del concejo en varios negocios, pero «si hubiese voluntad e interés, este monte podría cubrirse de chalés».

Eso dicen también algunas opiniones sobre la viabilidad residencial de esta zona comunicada «como pocas en Asturias», apunta Jesús Villa. «No hay distancias» con ninguno de los puntos importantes del centro de la región y el ferrocarril es en paralelo a la carretera y al cauce del río Alvares, el otro eje que acompaña el trazado lineal de Cancienes, Nubledo y su parque empresarial compartido. En el capítulo de la comunicación, esta zona aguarda la transformación de la AS-17 en la autovía AS-III, paralizada ahora por problemas de financiación y durante mucho tiempo objeto de controversia y protestas vecinales por su trazado a través de las parroquias rurales de Molleda y Solís.

Pero el gran valor sigue siendo aquí la industria. Desde la elevación del terreno que ocupa Nubledo se aprecia a lo lejos la gran extensión fabril de Du Pont y abajo, aquí mismo, el humedal de La Furta, creado por la multinacional química dentro de su compromiso de restauración paisajística del entorno, con centro de recepción de visitantes y observatorio de aves. Un recurso. Pero arriba falta vida. Daniel Otero, 38 años con su chapistería en la capital corverana y ahora nueve puestos de trabajo, mira a su alrededor y observa que a lo mejor Nubledo necesitaría ese repaso de chapa y pintura, pero «apenas tiene terreno hacia donde crecer y, como además es zona industrial, tampoco se puede edificar». «Cancienes siempre fue más pueblo», recuerda, «aunque esto sea la capital». Lo es desde mucho antes de que Corvera fuera como hoy y «por motivos de centralidad dentro del concejo», aclara el historiador Jesús Antonio González Calle. Ésta fue casi la primera y la única cabecera del municipio desde que se desgajó del alfoz de Avilés, entre los siglos XVI y XVII, y ha arrastrado el título hasta aquí desde aquella otra época en la que el concejo se parecía muy poco a éste tan poblado, «el eje Nubledo-Cancienes era la zona más densamente poblada y el resto, aldeas pequeñas más dispersas».

Los edificios de fachadas amarillas que componen el centro de Cancienes fueron modernos en los setenta, cuando la pequeña villa empezaba a serlo, había dos cines y baile y «Las Vegas eran poco más que dos calles». Sólo estaba comenzando la formación de este concejo muy urbano que crecería al calor de las fábricas y la proximidad de Avilés y que desde aquellos comienzos ha llegado a este punto de 16.000 habitantes y 7.000 sólo en Las Vegas. La geografía y la industria han construido un municipio polinuclear, diferente, donde la capital es la duodécima localidad más poblada y tiene el título sin ser la cabecera de su parroquia, que reside en Cancienes. Un municipio difícil de gestionar al distribuir los servicios. «No conviene duplicarlos», acepta Belén Maraña cuando reclama un pediatra para los 1.200 habitantes de la población rejuvenecida de Cancienes, «pero a veces hay que buscar el equilibrio entre todas las zonas para que no vayan todos los servicios al mayor núcleo y queden los demás aislados». A ella, que preside la Asociación Musical Cancienes, le llama la atención cierto aislamiento, la convicción de que «para los de Las Vegas nosotros seamos a veces los grandes desconocidos, y viceversa». Pasa incluso sin necesidad de salir de aquí, la acompaña María López, componente de un grupo de teatro muy reveladoramente llamado «El Milagru». Su reivindicación es la de un local social para jóvenes que «llevo oyendo mucho tiempo a través de las generaciones». «Tampoco hay excesiva unión», sentencia, «y a la hora de moverse se nota. Somos como una familia muy grande, pero en momentos críticos cada uno se mete en su casa».